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La anómala situación de los estudios sobre el Romancero de Galicia, y la indefinición
de su propio estatuto como rama del Romancero hispánico, tienen su origen, en
última instancia, en las posturas cambiantes que adoptó el primer nacionalismo
cultural gallego, por razones ideológicas, ante el género de la poesía oral narrativa.
Manuel Murguía es considerado hoy, por la amplitud y el eco de su obra, además
de por su longevidad (1833-1923) y su papel como impulsor y heredero de la obra
poética en gallego de Rosalía de Castro, como indiscutible padre fundador del
galleguismo. Un nacionalismo gallego fundamentado en la tradición histórica y
cultural tenía forzosamente que conceder gran importancia a las producciones de
la poesía narrativa popular, como sucedió en el resto de la Europa coetánea. Sin
embargo, a la altura de los 1860, se conocían solo muy escasas muestras de romances
en Galicia, y su lengua era básicamente el castellano. El Romancero era así inservible
como seña de identidad nacional o regional, y Murguía decidió dar la vuelta al
argumento: la inexistencia de un Romancero gallego era en sí misma la prueba de
un rasgo diferencial definitorio frente a Castilla. El conocimiento del Romancero
portugués y una incipiente exploración de la tradición oral gallega llevaron, pocos
años después, al “patriarca” a afirmar no sólo la existencia sino el esplendor de un
Romanero gallego con características singulares. Tal romancero ha resultado ser
producto de mixtificaciones de diverso grado realizadas por el propio Murguía y
otros folcloristas. Se publica en este artículo la primera parte de un estudio, que
irá seguida ulteriormente del inventario completo y análisis crítico de los romances
gallegos alegados, y nunca publicados en colección, por Murguía.